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martes, 10 de julio de 2007

Lucía


Había aromas de soledades y nostalgias en su ojos, y a necesidad el rito del domingo previsto en antiguos protocolos. El camino para llegar al cielo -se escuchaba- era el sufrimiento, la muerte el descanso eterno.
Si para otros el tiempo es parte de un destino, a veces inclemente, para mí ha sido la magia de momentos que se suceden raudos y novedosos. Así, cuando pasaron algunos inviernos y veranos, una emocíón desconocida comenzó a buscar habitación dentro de mí, al principio tan suave pero cierta como el inicio de una jornada rural. Bajo su piel había algunas urgencias de rebeldías con frescura de noblezas.

En un atardecer de Marzo, en un alborozo de paz y de ternura, mis alfareras manos descubrieron su moreno color de diosa aún no venerada. En aquellos días sentí que la vida tenía su mayor sentido.

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