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martes, 16 de diciembre de 2008

EN EL METRO DE SANTIAGO

Eres el ritual predestinado en cada día,
la serpiente necesaria que engulle y regurgita combatientes
de batallas interminables, armados de sueños acarpelados,
héroes de espadas adormecidas,
huestes obedientes sin capitanes ni gritos,
peregrinos de largas rutinas.


Tus colores diversos y las noticias esparcidas
se ven grises como gorra de maestro
y la seriedad de mi rostro cansado
se nutre de otros serios rostros, mi alma de minero oscuro
sigue buscando el metal que cambie su suerte.


Mi cuerpo entero se estremece
cuando entre las estatuas de piedras descubro
la luz de una mujer de sonrisa transgresora
que se dispone a abandonar el tren
en la estación siguiente.
Y corro tras ella y su misterio.


Decimos nuestros nombres
en un café de la esquina.
Riéndonos a carcajadas le prometo
no develar nunca el secreto
de su sonrisa de aurora.

viernes, 7 de noviembre de 2008

AGUAS SILENCIOSAS

Mis palabras han quedado atrapadas en estanque de aguas silenciosas,
entre costras extenuadas y papeles prietos de impaciencia.
Mi memoria perdida entre la niebla
casi maldice el presidio de escuchar en lontananza
unas cuantas promesas vulnerables.

Espero.
Tal vez una moneda de buenos presagios lanzada sobre el agua
en el rito manso de la esperanza refleje el vuelo de las golondrinas.
Ojalá pueda distinguir la esquina en donde quedó mi azadón olvidado
para volver a mis antiguas mieses trabajadas con fatigas.

Aunque tropiece en mis escasas palabras
mi grito emancipado llegará al horizonte.
Veré crecer mis rosas y geranios bajo mi ventana
amando ese día su frenética faena o su lúcida prudencia.

lunes, 9 de junio de 2008

EN ESTA NOCHE FRIA

En esta noche fría y larga quiero encontrar una palabra pura,
sin espadas ni escudos.
He vagado buscando un carbón o diamante
en este sórdido calendario que no coincide
con mis días de sangre y ojos
ni con mis hilos de nieve por mi barba.

Más abajo, entre las cuchillas nocturnas,
barrunto una luz pequeña, cuando ya mis ropas huelen
a cazador empedernido,
convirtiendo la brisa visperal en estallido de paz mis venas:
Escarbando mis honduras aparecen emociones
amores soterrados, pasos perdidos.
Comienzo a descifrar códigos antes subestimados,
preceptos sin infierno para temerle
ni cielo para rendirme.
Entonces me pregunto:
¿Con qué instrumento he medido hasta hoy mis logros
y mis heridas?
¿Para qué me resté pasiones, parpadeos de estrellas,
sueños, riesgos, cuerpos y perfumes?.

Recuperada mi fe en la vida no me pongo de rodillas
ni quemo incienso en los altares.
Creo en el calor de mis manos cuando acarician la tierra
y los cuerpos con aromas de trigales y de viñas.
Mi corazón insuficiente de alfabetos apenas balbusea,
mis párpados renovados ven asombrados
el polen, los espermios y la terrenal tarea
en el día de hoy de la mujer y del hombre
cargado de esperanzas.

jueves, 20 de marzo de 2008

SETENTA DEMONIOS

Hay setenta demonios que esperan verme vencido,
me quitan el aire y aprietan mis huesos.
Burlándose saltan a mi espalda y patean mi cintura
convirtiendo en cumbre la escalera del Metro,
robándose mis ansias de llegar primero.

Los setenta demonios gritan en mis oídos
que mi tiempo frutal ya está pasando,
que la sal es escasa y fermenta el vino abandonado.

Los hombrecillos oscuros manchan mis banderas,
zamarrean mis andamios, oscurecen mi esquina desnuda
y la paciente alondra teme acercarse.

Los demonios aún no saben
es que mis inapelables sueños de musgos y planetas
me instan a volar con mis ansias otoñales
que el viento Sur desgrana por charcos y nidos,
por rieles de trenes abandonados y por mi cultivo
de rosas vespertinas,
mientras voy prodigando abrazos
y bendiciendo tu sonrisa.

domingo, 24 de febrero de 2008

MI PUEBLO

De ésto hace ya mucho años, cuando el sol era de cristal limpio
y amable y, sin tiempo, descifrábamos mensajes en las nubes.
Acá abajo unos gritos lejanos nos sacaban de nuestros sueños
previniéndonos del paso del ganado que pasaba cabizbajo al
matadero. Dentro del hogar me sumía en el reino blanco y
mío de mi casa de muros gruesos de adobe, como parte de un
castillo de esos que conocía en los libros de mi madre, los que
dormían hasta que mis curiosas manos provocaban auroras
de fragancias y letras apenas conocidas. Otro reino era el de
las hormigas y coexistían con nosotros sin dañarnos, y sin
saber cómo su territorio se extendía hasta el final donde una
vena del planeta llevaba agua a los geranios, paltos verdes y
perales de trágica simetría. Lejos para mis pequeños pasos
se levantaba una iglesia hacia el cielo a donde mi madre acudía
asiduamente para llorar el abandono de nuestro padre, y en
donde se escuchaba que alguien por allí, con su cilicio, abría
cárdenos mapas en sus espaldas para no perderse en su
camino al cielo, conjurando a los placeres y otras muchas
seducciones mundanas.
Así era Quillota, mi pueblito de provincia, en la mitad del
camino de mi enjuto país, pequeño ombligo en el vientre
apenas abultado de mi solitaria patria.
Transformaron su plaza eternamente fresca por la ronda de
árboles centenarios en un mausoleo de cemento donde fue
depositado muerto el buen gusto. La modernidad (¡Oh,
cómo te veneran!) provocó que el duro asfalto corriera por
las calles como lava de volcán irremediable. Y sobrevino la
prisa y la conversación olvidó a los enfermos y solitarios.
Antes vivían personas; Hoy muchos miles de habitantes.

Mi puerta (dos)

No me gustan las mediciones ni calcular las distancias.
No uso ábacos ni tabulo aniversarios de bodas
ni fechas obituarias.
Apenas sé que tengo un par de brazos para retenerte
y mi puerta siempre abierta
para que entres y te acomodes en mi cocina
y recibas por la ventana
aromas de bosques antiguos que vienen de lejos,
sólo el que viene de mi jardín con el rocío de la hierba fresca.
Ya está el café en la mesa dispuesto para beberlo
como mis manos para acariciarte.

jueves, 24 de enero de 2008

Mi puerta

No toques a la puerta si no vas a entrar en mi casa.
No me dejes en el brocal de tu noche profunda
sólo para reflejar alguna estrella
pues no soy -como tú dices- puñalada clandestina
sino el hornillo de tu piel vespertina.

No te despojaré de tus misterios
ni de tus batallas interiores
pero es la hora de ignorar recatos pretendidos
en el rito de sangre y polen, de raíces y follajes.

Escucha la voz del otoño
pues nos queda lo mejor de nuestras vidas
en los tiempos madurados.
El vino espera que lo escanciemos gota a gota
de nuestra ánfora secreta.
En un delirio de germinaciones
quiero mirar por tus ojos
tu corazón florido ardiendo de ternuras,
y con tu voz de miel necesaria
me digas: "No te vayas",
sellando nuestras heridas.