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miércoles, 17 de noviembre de 2010

HABIA UNA VEZ UN PUEBLO

Me gustaba mi pueblo de sol limpio
y de ventanas abiertas,
de saludos cordiales
con nombres y apellidos,
con historias a veces compartidas
junto a la brisa vespertina.

Caminaba sus calles
con mi ropa de cien jornadas,
peinado con recta partidura
y luciendo zapatos bien lustrados.















Prefería las mujeres morenas
más gruesas que delgadas,
soñadoras más que eficaces,
los niños juntos a los abuelos
jugando en la plaza
esperando que la bandera blanca
les indicara que ya estaba listo
el pan amasado con chicharrones.

Mi pueblo tenía un útero
que protegía los pequeños sueños
y ambiciones
que fueron siendo reemplazados.
Los niños quisieron ser grandes
y se marcharon -como yo- lejos,
los caminos se hicieron carreteras
desvaneciendo la quietud,
empañando la brisa
mientras que muchos saludos
se convirtieron en cuchillas.