A la hora en que las flores cargada de rocío
saludan a la aurora
arrastro mi vientre sobre la tierra de sal
y de aguas cristalinas,
de ciudades apretadas y montañas descubiertas.
Hace mucho tiempo los emperadores
quemaron los libros sagrados de la tierra
y los bosques para construir sus palacios.
Sus soldados mataron a los sacerdotes
que anunciaban el paso de las estaciones,
el caudal de los ríos
y la palabra de sus dioses.
Desde entonces la tierra no fue sagrada
sino sólo los emperadores y reyes
hijos de martillo de dioses
voraces del esfuerzo
del humano hormiguero.
La tierra busca la universal esperma
millones de veces diferentes
para prolongar su vida y la nuestra
pues aún es joven y dulce
que nos preparó un hogar con lento esmero
y lo hemos desbaratado.
Guardaba un ramillete de flores
para sus amados humanos
pero los amados lo arrancan de la selva,
la deshonran quemando sus nardos,
y sus miedos han llegado al espasmo
recorriendo todo su rostro azul y verde.
Le he ofrecido mis quehaceres,
ella acogernos un día hasta convertirnos
en raíces del trigo de miles de caderas danzando.
Y la tierra volverá a ser sagrada.